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viernes, 4 de marzo de 2016

INFIDENCIAS PRESIDENCIALES POSTRIMERÍAS DEL SIGLO XIX

 LAS PERIPECIAS DEL REGENERADOR
Por: José Asunción Suarez Niño
Miembro Academia de Historia de Cundinamarca
El popular adagio: “en nuestro medio la Historia se repite”, es una razón común, una verdad incontrovertible. Con inusitada frecuencia observamos los “triples saltos mortales” que suelen hacer nuestros queridos padres de la patria, muchos columnistas y uno que otro cronista, cuando se arrima al mejor postor, negociando el anhelado cruce de favores, canonjías con el consabido trueque de puestos públicos y diplomáticos para “hacer el sacrificio de prestarle un servicio a la patria”.
Santiago Pèrez Manosalva
(1830-1900)

Fuente: Centro de Historia
Zipaquirá
A comienzos de 1875 gobernaba el décimo presidente de los Estados Unidos de Colombia, el  zipaquireño don Santiago Pérez Manosalva,  uno de los principales exponentes del Olimpo Radical, hombre honesto con amplia experiencia en cargos de representación, pero con poca habilidad política demostrada en diversas ocasiones. Un documento escrito por su antiguo compañero de luchas en las lides liberales, don Rafael Núñez, exaltaba la paz y la prosperidad de la República alcanzada bajo el credo Radical, señalando la cabeza de su administración en la vanguardia de los países liberados de España, amparado por el  impulso dado a la instrucción popular, sus instituciones libres, la solidez de sus finanzas y la relativa estabilidad de su gobierno. Recalca Núñez, cómo en los últimos cinco años se han podido fundar los bancos de Bogotá y de Colombia, la Sociedad Colombiana de Seguros y muchas importantes casas de comercio, gracias a la serie de gobiernos Radicales, a su paz instaurada a lo largo y ancho del territorio nacional, hasta el punto que se han podido emprender los trabajos de los ferrocarriles de Magdalena, Antioquia y Bolívar.
Pero los cumplidos le duraron poco al “bueno de don Rafael” -
Se  empiezan a escuchar los truenos de la discordia y de un momento a otro “pega tremenda voltereta”, se muestra inconforme con el auxilio de los liberales independientes, y decide buscar por “debajo de la mesa” el refuerzo de ciertos notables que ahora hacen parte del gobierno radical; invita y convence a dos: el secretario de Guerra, general Ramón Santodomingo Vila (bisabuelo de Julio Mario) y el Comandante del Ejército, general Solón Wilches, quien como su nombre lo indica, no gustaba de andar muy agrupado que digamos; hombre autoritario, belicoso y arrogante. Como es sabido en este país, una vez juramentado cualquier presidente, de inmediato empieza la nueva campaña para el sucesor, razón por la cual Núñez pretende que estas dos figuras se pronuncien en público contra el candidato de los Radicales, don Aquileo Parra:
-Esto no puede ser y no está bien que sea-, dice el presidente Santiago Pérez y le ordena a su ayudante Cárdenas que busque al Ciudadano Secretario Santodomingo, y “que venga también Wilches”. Cuando entran los dos generales al despacho presidencial ya don Santiago tiene preparado el documento donde los firmantes deberán jurar “no intervenir en favor de ninguno de los dos candidatos y abstenerse de…”
-¿Abstenerse de qué?- pregunta Wilches, insolente, -esto no se entiende bien.
-Abstenerse de toda expresión de opiniones políticas o eleccionarias, lee don Santiago; con la mano derecha sostiene el papel, con la izquierda se ajusta los espejuelos sobre el puente de la nariz, en la forma de mirar se nota la irritación contenida, y “en general de todo acto que, aunque sea legítimo por si mismo, pueda dar lugar a que entre nosotros mismos o entre nuestros compañeros se establezca alguna división o antagonismo”

-Ciudadano Presidente, ¡no seré yo quien acepte este compromiso!, -exclama Santodomingo Vila, de figura gruesa con voz de barítono-,  mi dignidad me lo prohíbe porque lo que Usted exige es denigrante y arbitrario.  
El corazón de don Santiago palpita desbocado, la voz tensa.
-¿Arbitrario?, responde el presidente, ¿de qué arbitrariedad me acusa Usted, mi querido amigo?, le cuesta pronunciar querido y amigo, como van las cosas pronto no será ni lo uno ni lo otro.
-Es un atropello que el gobierno que Usted preside y Usted mismo, doctor Pérez, estén empeñados en el triunfo del señor Parra  (la respuesta no ha salido del Secretario de Guerra, sino de Solón Wilches, que acaba de alzarse con la palabra, merecida es la fama de deslenguado y soberbio). Además, somos ciudadanos pensantes y deliberantes en una nación que se precia de respetar las libertades absolutas, no puede Usted, Ciudadano Presidente, honrar esa libertad y al tiempo prohibirnos manifestar nuestra opinión en público.
Ahora es, de nuevo, Santodomingo quien reclama: - Si están Ustedes en desacuerdo con  la orientación que doy a mi gobierno, no me dejan otro camino que pedirles su renuncia caballeros, decisión que tomo con inmensa pena. Responde don Santiago; no hay temblor en su voz, pero su cara parece una máscara de cera vieja.
-No renuncio, Ciudadano Presidente, porque la razón está toda de mi parte, dice Wilches.  -Y de la mía, va a decir Santodomingo Vila, pero el doctor Pérez interrumpe:
-Caballeros, su incomprensión es enojosa, sus acusaciones ultrajantes, esta reunión ha terminado, quedan Ustedes libres de marchar a donde bien les plazca, dice y les da la espalda, es consciente el Ciudadano Presidente de que ha perdido a su Secretario de Guerra y al Comandante de sus ejércitos y se ha ganado dos temibles enemigos; pero es que don Santiago Pérez es discípulo distinguido del Jefe del Olimpo Radical, Manuel Murillo Toro y por tanto no se reduce ni ante el halago, la amenaza, ni la muerte; de hecho,  la suya será en París años después, desterrado por orden del señor Núñez; es de público conocimiento que don Santiago Pérez y los otros radicales como él, nunca supieron, quisieron, ni pudieron actuar en el terreno fangoso y movedizo de la Regeneración.
Mientras tanto, el presidente sabe que esto no es una campaña electoral, es más bien, el comienzo de una guerra, pues al despedir a dos de sus más conspicuos agentes que pertenecen a la carrera de las armas, generales curtidos en batallas, acostumbrados a poner y sostener candidatos, quitar y poner mandatarios, la Historia enseña cuál ha sido la suerte de los pueblos donde estos elementos han llegado a imperar.

Detrás de toda la tramoya estaba el “Sátiro del Cabrero“ apodo con el cual había sido bautizado don Rafael Núñez por mi bisabuelo don Miguel Díaz Granados Frade, otro liberal radical de raca mandaca que, como don Santiago Pérez, impulsaba la candidatura de Aquileo Parra; ambos sostenían que el empeño de querer vencer a Núñez a toda costa no se debía a un apetito desordenado por el poder y la gloria, como quieren hacer creer los Nuñistas; lo “hacemos para defender la salud moral, la rectitud y la preservación del bienestar público. Nosotros conocemos de muy atrás los laberintos del alma del doctor Núñez, si alguien quiere asomarse y verla, se espantaría; a este hombre no lo anima un ideario colectivo, ni para mientes a la doctrina partidista. No es liberal ni socialista, ni conservador, todo en él obedece a una ambición personal tan desaforada, que no admite límites; deben creernos antes que los hechos consumados arranquen amargas quejas, antes que empiecen los lamentos y el arrepentimiento, antes que sea demasiado tarde, esto le hemos dicho a Salvador Camacho, al doctor Zaldúa, al general Trujillo, al general Salgar: “Si Rafael Núñez ocupa la presidencia de la república, la expoliará hasta su muerte y aun después; este hombre a corto plazo es una jaqueca nacional, después será un atraco histórico”. Que la Historia nos recuerde por estas palabras: Núñez destila miel en los labios y veneno en el alma y no saben Ustedes cuánto sentimos hacer aquí de profetas. Por lo anterior, decía don Santiago, apoyamos a don Aquileo Parra, que es un hombre honrado en su vida pública y privada.”
Según parece, ¡la Historia les dio la razón...!
Una vez descubiertos los planes del pensador del Cabrero, el doctor Santiago Pérez se reúne con su jefe Manuel Murillo Toro, según él, un hombre de sólidos principios republicanos que “lleva más de 40 años” peleando para acabar de romper las cadenas de la colonia, los fueros de clase y el clero interesado en conservar rancios privilegios, tradiciones retrógradas que han sido el sancta sanctorum del antiguo  régimen y del partido conservador”.
El doctor Murillo es aquel con la  frente despejada del pensador, buena estatura, magro de carnes, de una gran inteligencia, un adalid que propuso el divorcio y el matrimonio civil, abolición de la esclavitud, reforma agraria, libertad de conciencia; siempre ha sostenido que al pueblo hay que sembrarle semillas de educación, democracia y tolerancia y que si a éstas no se les permite crecer y fructificar, la civilización no llegará, las clases despojadas seguirán siendo víctimas de la ignorancia, la explotación y el fanatismo.
-Nuestra misión, nuestra tarea política es sembrar el ideal de libertades públicas e igualdad de derechos para todos, dice Murillo.
Estos ideales son los que  precisamente Núñez se propone destruir; en rigor, esto lo escuchó el propio Murillo durante una tertulia política en casa de don Carlos Holguín. En otras palabras, - El clero y el partido conservador no descansan en la obra sombría de atajar el vuelo del espíritu, sostiene Murillo Toro.
-¿Qué piensas de Núñez?, le pregunta don Santiago Pérez a su jefe.
Manuel Murillo Toro
(1816-1880)
Fuente: Internet
- Hombre, mi querido Santiago, pienso que como político es capaz de doblarse de cien maneras distintas, y que como poeta es incapaz de conmover el sistema nervioso de una mosca.
La destitución de Wilches y Santodomingo Vila hizo impulsar con más ahínco la candidatura de Aquileo Parra, motivo por el cual don Santiago Pérez alerta las tropas gubernamentales; saben que la estrategia de Núñez es convencer a los independientes y a los conservadores para lanzarse a la guerra civil. Por algo se dice que el rencor es la madre del desvarío.
Santodomingo Vila  marchó hacia la Costa para organizar la revolución, conducta nada extraña en el temperamento aguerrido del general, fiel escudero de Núñez en su región y sostenedor de que llegó “la hora de regenerar las viejas ideas”; mientras tanto Wilches hace lo propio para elegir a don Rafael en Santander amén de procurar la derrota de Parra “cueste lo que cueste”. La respuesta de don Santiago Pérez es contundente, al comisionar el general radical Sergio Camargo para aplastar el levantamiento; éste bajo el  mando de tres mil hombres de la Guardia Colombiana derrota a Santodomingo, al tiempo que se alzaban los nuñistas de Cundinamarca y Cauca, así como  los conservadores de Antioquia. Baste con decir que en dicha oportunidad Rafael Núñez no fue elegido presidente, triunfaron los radicales y, como respuesta, los conservadores se prepararon para una nueva guerra santa en nombre de la doctrina del crucificado y de esta manera derrocar al impío gobierno de Ciudadano Presidente Parra, así nos “haga creer que observa con rigor los mandamientos y reciba con devoción los sacramentos, y que la familia entera y la servidumbre de Palacio acudan, sin falta, a rezar el rosario cada tarde, a la hora del Angelus”
Mientras tanto el doctor Núñez va “tomando impulso en otro trapecio” ; de inmediato manda a su fiel criado y secretario Felipe Angulo “Perro Fiel”, guardián de sus triquiñuelas, para que al amanecer del próximo martes 3 de abril del año del Señor de 1876 se reúnan en la casa de don Carlos Holguín, junto con don Miguel Antonio Caro y otros nuñistas que no se resignan a la derrota.
El encuentro subrepticio es de madrugada sin luna, con cielo encapotado; hace una hora, quizá más, por un ramal estrecho y fangoso, avanzan dos siluetas sigilosas, como sombras furtivas, que por culpa de los recientes alzamientos en la capital, rige el toque de queda y la nación se halla en estado de sitio; monta Núñez un animal manso y esquelético, se diría hecha la cabalgadura a la medida del cabalgador, a su lado “ Perro Fiel “; se dirigen hacia una quinta en las cercanías de Bogotá.
Miguel Antonio Caro
(1843-1909)

Fuente: Banco de la República
Archivos Internet.
De esta reunión nada debe saberse, tal ha sido la exigencia de Núñez y la alianza  (si alguna acuerdan) debe conservarse hermética, como dicen que es la sonrisa de Dios. Don Carlos Holguín toma la palabra y, sin rodeos, propone que el plan es alzarse contra el presidente Parra  -¿Qué piensa Usted, doctor Núñez de esta idea?, pregunta Holguín, -y antes de que el interpelado responda, agrega: es un hecho indetenible que los nuñistas y los conservadores somos ahora uno solo, sumamos mayoría, imposible perder.
Ahora interrumpe el señor Caro, siempre haciendo gala de una fina ironía y agudeza interrogatoria : -¿Contamos con Usted ,doctor Núñez?, ¿Estaría Usted dispuesto a asumir la presidencia en caso de que derrotemos y derroquemos al señor Parra?-  Núñez que se “voltea más que un desvelado”, no contesta, se lo está pensando, ciertamente es muy grave la propuesta. Don Carlos insiste, -doctor Núñez, dice, este gobierno es hijo del fraude, las elecciones eran suyas, los radicales le usurparon la presidencia, nosotros le ofrecemos devolverle lo que ganó legalmente en las urnas, para nosotros, usted es el presidente, acepte reclamar lo que es suyo-, lo incita, pero Núñez continúa callado, con los dedos repasa el bigote, la barba, y los mira con esos ojos inescrutables, penetrantes, como dicen que son esos ojos del diablo; este es un zorro mañoso, no lo olviden, sabe que lo están tentando con halagos y promesas, buscan forzarlo a romper de manera irreconciliable con los radicales, quieren comprometerlo con el partido conservador;
- Nadie más debe saberlo, insiste Núñez, si algo se llegare a saber, lo negaré todo, nunca estuve aquí, jamás escuché propuestas de guerras y derrocamientos.
- ¿Entonces, acepta Usted?, pregunta Holguín, con inocultable entusiasmo, sin disimular su exaltación.
- Si ustedes derrocan al señor Parra, como prometen- responde Núñez-, yo le entregaré a los conservadores  la primera designatura, la secretaría de Guerra, la de Hacienda y la del Tesoro-, ofrece.
- Hay un asunto más importante que los altos cargos en el gobierno, dice don Miguel Antonio , y es la cuestión del culto y de la Iglesia ¿cuál será su posición en este campo?,-  Núñez sonríe, es claro que aguardaba la cuestión pues años  atrás despotricaba contra el clero, contra la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, -¿Qué propone usted, señor Caro?, pregunta Don Rafael.
-Pues, yo quedaría conforme si usted, doctor Núñez, acepta declarar la religión católica como la de la nación, “cuente con ello”, contesta el interrogado.
-Entonces en esto quedamos, concluye Holguín.
A todas luces parece indicar que los conservadores desconocen lo que sostienen los jefes del Olimpo Radical, que Núñez ya no es ni radical ni liberal, pero tampoco conservador, que no es enemigo declarado del gobierno ni totalmente amigo, que no está en desacuerdo con nadie, pero tampoco de acuerdo con ninguno. Ahí sí como diría cien años más tarde el inefable expresidente Turbay Ayala: “Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”; el mismo personaje que acuñó para la Historia otra frase lapidaria: “La corrupción hay que bajarla a sus justas proporciones”, ¡genio y figura!
Núñez se despide, y sin más abandona la estancia. Holguín se acerca a Caro, le habla al oído y ríe bajo, con un cierto desdén en su boca cuando dice “Este es como el doctor Fausto, capaz de venderle el alma al diablo”. Observan a través del ventanal cómo su triste figura se aleja, con el rocín al trote y detrás erguido, lo sigue “Perro Fiel“, su incondicional escudero.
Ahora es el señor Caro quien habla: -¿Te habrás dado cuenta, Carlos, que mientras este doctor Núñez vivió en Europa supo limarle asperezas a sus modales costeños?, tenemos que celebrarlo dedicándole unos endecasílabos, dice,
-Y unos alejandrinos al pantalón carmelita, al levitón verde botella y a la corbata de cuero, hace mofa el doctor Holguín
-¿Será esta la última moda de los dandis ingleses?,  pregunta don Miguel Antonio, y aún los nuñistas, que alcanzan a oírlos, no pueden contener la risa.
-Pero fíjate mi querido Miguelito como, ahora que se ha marchado nuestro amigo costeño, de inmediato desapareció el olor a azufre, ¿no lo notas, ala? responde Holguín.
Núñez sabe cómo se maneja la astucia, piensa para sus adentros que si esta carta le falla, tiene otra debajo de la faltriquera de la levita; si perdió la presidencia de los Estados Unidos de Colombia, es apenas natural que aspire a la del  estado Soberano de Bolívar, donde juega de local y hasta puede gobernar “en cuerpo ajeno”; ; como dirían hoy los comentaristas polítiqueros “sabe cobrar las indulgencias, quién factura y quién ordena el pago”, el don de la ubicuidad, diría yo, ¡queridos amigos!
Rafael Núñez Moledo
(1825-1894)

Fuente: Archivos
Papel Periódico Ilustrado
La vida política de Núñez reflejó la falta de coherencia y claridad de su pensamiento, pues inicialmente apoyó la desamortización de los bienes de la iglesia, pero ya en la Regeneración le otorgó una protección sin precedentes a la vez que acrecentó el poder del clero en la vida social del país. Por un lado, Núñez subió al poder con el respaldo de los liberales independientes, después de haber militado en la primera fila del liberalismo oficial por varios años (entre 1850- 1860), pero en las medidas tomadas en la Regeneración demostró que las ideas liberales se habían esfumado de su cabeza, al dar inicio a un régimen conservador, persecutorio, confesional, autoritario y represivo. Valga decir aquí, que estos son los resultados cuando se subordina el pensamiento a las vicisitudes de la política.
Veinte años después, víctima de un derrame cerebral y en olor a santidad entregaba su alma al Señor, el doctor  Rafael Núñez Moledo en la madrugada del 18 de septiembre de 1894, durante el ejercicio de su cuarta presidencia; doña Soledad Román llamó a su confesor monseñor Biffi para que le auxiliara con los últimos auxilios espirituales. Según doña Sola, quien protocolizó para la posteridad  el momento supremo de su marido,  “tenía el rostro sereno y de sus párpados entornados bajaban dos hilos de lágrimas, gotas cristalinas que pone Dios en nuestros ojos al nacer, para que a través de ellas miremos este valle de miserias y que todos devolvemos al morir porque son de este mundo solamente.
(….) A las ocho de la mañana de ese nefasto mes de septiembre, los cañones envueltos en nubes de incienso y pòlvora, frente a las murallas de Cartagena lloraban su muerte y, Colombia toda se estremecía ante la eterna desaparición del más grande y prestigioso de sus hijos; aquel ser incomparable, el más obsecuente y humilde servidor que entregó su sabiduría y prestancia para sacar del atraso esta patria desdichada..."
Si Usted lo dijo y lo escribió doña Soledad, ¡muy seguramente así fue!


[Hola Ruth :

Te adjunto el trabajo presentado el pasado 4 de julio en nuestra sesión
de la academia de Historia de Cundinamarca .

Un abrazo,

JASN.]
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